Imaginemos un
país en el que el poder judicial invade las atribuciones del parlamento para
evitar la inhabilitación política de un
delincuente que ya ha sido presidente de la república y que quiere serlo una tercera.
Imaginemos que, al mismo tiempo, ese parlamento de
autoridad erosionada alberga en su seno a una gentuza innombrable que ha llegado
hasta su escaño elegida en
tumulto gracias al apoyo dinerario de caciques locales, narcotraficantes o mineros ilegales.
Imaginemos que, aparte del delincuente que quiere reincidir y que tiene el apoyo de muchos empresarios y buena parte de la prensa, la
otra opción electoral de ese país inventado es la que encarna la hija de un
ordenador de masacres y cómplice de
un ladrón de fama internacional que fue su mano derecha. Esa dama es la rama favorita de ese tronco dañado
que está por ahora en la cárcel. Añadamos que esa señora recibió dinero infecto para que, al igual que sus hermanos,
estudiara en una universidad del extranjero. Digamos también que una tercera opción electoral es la de un lobista
con pasaporte estadounidense y lealtad
suprema al dinero turbio. Y que la cuarta
posibilidad podría ser, en caso de que se animara, la de un cocinero que se ha hecho billonario creando estupendos restaurantes y leyendas narcisistas sobre nuestro modo de sofreír.
Si ese país
imaginario nos empezara a dar escalofríos,
añadamos los siguientes datos: en esas tierras azotadas por la peste de la
corrupción, el alcalde principal será otra vez alguien que no ha podido
explicar cómo es que 21 millones de soles se esfumaron en sus narices en un
asunto de deuda comprada y funcionarios
alquilados y bolsas de dinero trasegadas
por testas que no tenían dónde caerse muertos; la policía es, con
honrosas excepciones, una inmensa banda uniformada dedicada al robo, el chantaje, y el abuso; los gobiernos regionales han sido copados por ineptos o ladrones, algunos de los cuales ya están prófugos; el
Tribunal Constitucional ha dado sospechosas
muestras de defender intereses concretos
en sentencias que jamás debieron ser
atendidas por esa instancia; la Contraloría
jamás ha enviado a la cárcel a nadie importante a pesar de la notoria purulencia de la administración pública; los
partidos políticos de carácter nacional son
maquinarias de reclutamiento electoral
pero de ellos es imposible esperar ideas, debates de fondo, perspectivas de
futuro, y la mayor parte de sus siglas ha sido reemplazada, en las provincias,
por movimientos comarcales de mirada estrecha y líderes obtusos notoriamente
semianalfabetos.
¿Seguimos? Sí, sigamos: en ese país imaginario y de pesadilla las
elecciones no sirven para nada porque las promesas electorales se van a la
mierda al día siguiente de la votación y el ganador, de inmediato, es capturado
por "las fuerzas vivas" herederas de la plutocracia tornasolada que
siempre gobernó.
¡En ése país inverosímil los ministros votan por sí mismos cuando de un
voto de confianza se trata, la prosperidad pasa fugaz, los empresarios coimean
si es necesario, los burdeles se reabren con acciones de amparo, el ministerio
público parece una mesa de partes de la mafia, el narcotráfico toca las puertas
de "la gran política" y la agenda mediática se reduce a la anécdota
habiéndose suprimido la discrepancia cualitativa.
En ese país perverso el presidente anuncia que un pedacito de playa es
soberano pero al mismo tiempo manda a su ministro del Interior a impedir que
los compatriotas lo visiten porque allí está, para evitarlo, la policía del
país que lo detenta. Y en ese país tragicómico se festejó como un gran triunfo
la confirmación de que su departamento más austral se quedara sin mar y que, en
compensación, recibiera uno a 148 kilómetros de la costa, a donde no llegan sus
embarcaciones pesqueras.
En ese país poco creíble la historia está plagada de grandes ciclos de
bonanza que enriquecieron a pocos y de muchos tiempos de pobreza donde las
élites jamás sufrieron. El problema es que los períodos de vacas gordas no
sirvieron para crear instituciones ni igualdad de oportunidades ni amor por la
cultura ni admiración por la decencia. En ese país, en el que es tan difícil
vivir, el valor más difundido como referente social podría resumirse en esta
frase: "para cojudos, los bomberos". Y es que los bomberos, que
arriesgan la vida en condiciones muchas veces calamitosas, son voluntarios. Si
yo viviera en ese país, votaría por un bombero.
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