Cada
escritor tiene su pueblo, real o ficticio pegado transversalmente en sus
neuronas. Vemos así a Macondo, de García Márquez; a Comala, pueblo fantasma de
la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo; también están las arcadias o puntos
imaginarios, llenos de felicidad, que cada escritor trata de alcanzar. Es así
que mi punto central (fiel de la balanza) narrativo es Sullana. Aún las suelas
de mis zapatos –por si acaso- siguen impregnadas de yucún, ese pegajoso
polvillo salitroso y etéreo que se levanta en cada pisada que damos y que se
adhiere a nuestros poros para la eternidad. Convirtiéndose en el perfume
identificatorio de todo norteño -lo digo con sinceridad-, ese vendría a ser
nuestro carnet de identidad, único en el universo provinciano.
Lógicamente,
el estilo en cada escritor nacido en un punto geográfico es sui géneris, debido
a que cada uno de nosotros absorbe como esponja lo que nos rodea. Y la variedad
saltará a la vista, desde la lectura del primer párrafo de la historia que será
contada ya sea en tono intimista o abiertamente universal, si el escritor ha
leído textos de otras latitudes. El intercalar palabras usadas en su diario
vivir -oralidad regional- con las aprendidas o prestadas de textos escogidos,
le permite estructurar mejor sus historias. En tanto el mundo se haga pequeño y
seamos asediados por los medios de publicación masiva –cibernética/internet-,
se correrá el peligro de perder la esencia de nuestra oralidad tan peculiar.
Ante esta
realidad, sería conveniente que quienes estamos en este circuito mágico de
crear literatura –narrativa y poesía- nos interesemos en hacer saber a los
estudiantes que otros escritores nos antecedieron y debemos crearles la
necesidad imperiosa de repasar o de leer sus obras literarias. Eso depende de
las personas que dirigen la enseñanza en los colegios y están llamadas a
hacerles recordar que la educación no se mide por la forma de hablar sino por
la esencia que haya quedado en la mente y corazón de esos niños que pronto
tomarán protagonismo. He visto por las visitas que he hecho a colegios de
provincias y de Lima, que ciertas personas –la minoría- abusando de la avidez
de los niños y niñas por conocer nuevos mundos, a través de la lectura, se han
vuelto escritores a las volandas; astutamente visitan colegios y con un
lenguaje suculento inducen a los alumnos a comprarles sus libros mal
estructurados. Vil manera de hacerse la vida.
Me apena
recalcar esto, pero, si nosotros no jugamos limpio con esas mentes en
formación, el día de mañana, al cruzarnos con ellos por las calles del mundo,
quizá seamos motivo de burlas o de rechazo o de gestos de indiferencia. No
olvidemos que en esta corta vida todo se revierte. Tarde o temprano,
ellos serán nuestros jueces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario