Caratula del libro titulado |
Los
enemigos del Hombre Araña se apoderaron de la ciudad de los rascacielos y lo
expulsaron a una minúscula ciudad más allá del río Bravo. Desconcertado y con
sus poderes disminuidos siguió bajando hacia el sur. Los pobladores de los
pueblos por los que va cruzando se burlaban de él por su apariencia desteñida y
por su raído traje emblemático. En uno de esos pueblos vio unos letreros
luminosos que anunciaban el estreno de una película del Hombre Araña. Entró a
la sala de cine cuando las luces ya estaban apagadas, al verse saltando con sus
poderosas hilos de araña más fuertes que cualquier cuerda de nylon de alta
tensión, de edificio en edificio, sus emociones lo traicionaron y grito: ¡Ese
que está en la pantalla soy yo!
El público asistente al verlo parado cerca de la pantalla, con su uniforme hecho pedazos y su evidente desnutrición, no hizo más que estallar en una rotunda carcajada. El Hombre Araña huyó amparado en la oscuridad. Persistente, bajó cada vez más al sur, hasta que sin saber por qué llegó a un pueblo diminuto pegado a un río famoso llamado Chira. En ese pueblo, en el que todas las casas se reducían a viviendas de un solo piso, no se sabe quién (aunque se supone que fue el loco que un día quiso ser El Zorro) lo convenció que debajo del pueblo había sótanos con edificios boca abajo. Por fin el Hombre Araña encontró su destino. En esos sótanos sin límites ahora impera la justicia subterránea.
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