lunes, 8 de septiembre de 2014

PAÍS IMAGINARIO. Escribe: César Hildebrandt


Imaginemos un país en el que el poder judicial invade las atribuciones del parlamento para evitar la inhabilitación política de un delincuente que ya ha sido presidente de la república y que quiere serlo una tercera.
Imaginemos que, al mismo tiempo, ese parlamento de autoridad erosionada alberga en su seno a una gentuza innombrable que ha llegado hasta su escaño elegida en tumulto gracias al apoyo dinerario de caciques locales, narcotraficantes o mineros ilegales.
Imaginemos que, aparte del delincuente que quiere reincidir y que tiene el apoyo de muchos empresarios y buena parte de la prensa, la otra opción electoral de ese país inventado es la que encarna la hija de un ordenador de masacres y cómplice de un ladrón de fama internacional que fue su mano derecha. Esa dama es la rama favorita de ese tronco dañado que está por ahora en la cárcel. Añadamos que esa señora recibió dinero infecto para que, al igual que sus hermanos, estudiara en una universidad del extranjero. Digamos también que una tercera opción electoral es la de un lobista con pasaporte estadounidense y lealtad suprema al dinero turbio. Y que la cuarta posibilidad podría ser, en caso de que se animara, la de un cocinero que se ha hecho billonario creando estupendos restaurantes y leyendas narcisistas sobre nuestro modo de sofreír.
Si ese país imaginario nos empezara a dar escalofríos, añadamos los siguientes datos: en esas tierras azotadas por la peste de la corrupción, el alcalde principal será otra vez alguien que no ha podido explicar cómo es que 21 millones de soles se esfumaron en sus narices en un asunto de deuda comprada y funcionarios alquilados y bolsas de dinero trasegadas por testas que no tenían dónde caerse muertos; la policía es, con honrosas excepciones, una inmensa banda uniformada dedicada al robo, el chantaje, y el abuso; los gobiernos regionales han sido copados por ineptos o ladrones, algunos de los cuales ya están prófugos; el Tribunal Constitucional ha dado sospechosas muestras de defender intereses concretos en sentencias que jamás debieron ser atendidas por esa instancia; la Contraloría jamás ha enviado a la cárcel a nadie importante a pesar de la notoria purulencia de la administración pública; los partidos políticos de carácter nacional son maquinarias de reclutamiento electoral pero de ellos es imposible esperar ideas, debates de fondo, perspectivas de futuro, y la mayor parte de sus siglas ha sido reemplazada, en las provincias, por movimientos comarcales de mirada estrecha y líderes obtusos notoriamente semianalfabetos.
¿Seguimos? Sí, sigamos: en ese país imaginario y de pesadilla las elecciones no sirven para nada porque las promesas electorales se van a la mierda al día siguiente de la votación y el ganador, de inmediato, es capturado por "las fuerzas vivas" herederas de la plutocracia tornasolada que siempre gobernó.
¡En ése país inverosímil los ministros votan por sí mismos cuando de un voto de confianza se trata, la prosperidad pasa fugaz, los empresarios coimean si es necesario, los burdeles se reabren con acciones de amparo, el ministerio público parece una mesa de partes de la mafia, el narcotráfico toca las puertas de "la gran política" y la agenda mediática se reduce a la anécdota habiéndose suprimido la discrepancia cualitativa.
En ese país perverso el presidente anuncia que un pedacito de playa es soberano pero al mismo tiempo manda a su ministro del Interior a impedir que los compatriotas lo visiten porque allí está, para evitarlo, la policía del país que lo detenta. Y en ese país tragicómico se festejó como un gran triunfo la confirmación de que su departamento más austral se quedara sin mar y que, en compensación, recibiera uno a 148 kilómetros de la costa, a donde no llegan sus embarcaciones pesqueras.
En ese país poco creíble la historia está plagada de grandes ciclos de bonanza que enriquecieron a pocos y de muchos tiempos de pobreza donde las élites jamás sufrieron. El problema es que los períodos de vacas gordas no sirvieron para crear instituciones ni igualdad de oportunidades ni amor por la cultura ni admiración por la decencia. En ese país, en el que es tan difícil vivir, el valor más difundido como referente social podría resumirse en esta frase: "para cojudos, los bomberos". Y es que los bomberos, que arriesgan la vida en condiciones muchas veces calamitosas, son voluntarios. Si yo viviera en ese país, votaría por un bombero.